Olimpo de primera
04.05.2010 - Calígula - Apenas la radio dio la noticia, las voces se hicieron oído y al revés: “Empató Instituto, ya está” (0-0 con Defensa y Justicia), se escuchó de un lado al otro del estadio.
Los
últimos quince minutos antes de salir a la cancha parecieron de
película. En el vestuario, Delorte repiqueteaba sus botines contra el
cemento, Casais conversaba con un allegado, Brum puso su cabeza entre
las piernas en el instante final y cuando la levantó sus ojos
comenzaron a humedecerse. Los hombres de De Felipe -a un costado-,
comenzaron a abrazarse y a saltar, a festejar entre ellos y con
utileros y dirigentes.
Todo
esto antes de pisar el campo. Las ventanas del vestuario fueron la
puerta del estruendo de las tribunas, de la ciudad, hasta de las
bocinas de la calle. El (estadio) Roberto Carminatti, colmado, fue una
fiesta desde bien temprano ya y el partido ante el Santo (San Martín de
Tucumán) sólo una excusa.
La
salida de Olimpo fue ver a la novia entrar al salón: bengalas de humo
amarillo y negro se fundieron con el cielo y techaron la cancha. Desde
las cabinas de prensa, no se veían los edificios del centro detrás de
un arco, ni los talleres del ferrocarril al otro.
Aplausos,
saltos, gritos, cantos. El griterío escoltó la salida de los jugadores
y los niños que los acompañaban. Había mas gurises que jugadores. Cada
uno cargaba dos. Los más grandecitos corrían junto a sus padres y
levantaron las manos con ellos en el círculo central. El aplauso
prolongado, sostenido, fue de teatro. Como quien aplaude al actor antes
de empezar a actuar. Es que antes de jugar, los jugadores habían
cumplido el objetivo máximo: ascender. Lo demás, fue yapa, el partido
0-0, los festejos, los fuegos artificiales, las sonrisas, hasta los
abrazos de campeón.